Últimamente ando obsesionada con los números y, temerosa de caer en la vorágine capitalista que me rodea –trabajo en el epicentro del consumismo hispalense–, he optado por atribuirles otras funciones menos económicas y más placenteras. Supongo que lo he heredado de mi madre, que sueña con los números desde siempre. Ella se levanta cualquier día con una cifra en la cabeza y entonces comienza el espectáculo. Que si París, el piojo, la niña bonita, el toro, el muerto… hay todo un repertorio digno del tarot más excéntrico y barroco. Después – no se sabe muy bien si por teorías pitagóricas, cábalas nigrománcicas o porque, simplemente, el número no le gusta lo suficiente– mi madre le cambia el orden y si soñó –o creyó hacerlo– con el 74, se lanza intrépida a la búsqueda del lotero que “tiene el 47”.
Yo no sueño con números y, si sueño, no me acuerdo. No me importa, no me gustan, nunca me han gustado. Quizás por eso me cuesta entender mi recién adquirida afición a jugar con ellos, darles forma, buscarles el color y olerlos despacito, como si fueran a despertarse si los respiro de cerca. Cuando llega un guarismo a mi cabeza, el doce, por ejemplo, le busco un mensaje no culturizado, un significado, mi significado. Y lo multiplico, lo sumo, lo elevo al cubo o lo resto para que él, que también sufre las maldades hormonales del reloj biológico, pueda preñarse de otros números y terminar pariendo el 288. Bonito, ¿verdad? Me parece extraño porque, siendo redondo como lo es, si lo abrazo mucho puedo hincarme alguna de sus aristas que, mira tú por dónde, resultan ser flexibles.
En este tiempo le he cogido cariño. Por raro, por duro o por flexible, pero me he encariñado con él. Supongo que me da pena que vaya cambiando, que pronto ya no sea el 288 y pase a ser el 287, que también es bonito pero no es lo mismo. De todas formas, él se transformará igualmente y vendrá el 286, el 285, el 284… hasta llegar al 24. Número mágico el 24 que tal y como llega, de manera instantánea, casi metamórfica, se hace 1.
Y entonces podré escribirlo aunque para ello no teclee una sola cifra: “me queda un día para irme de vacaciones”.
El vídeo para el Chapa porque esta canción, según el detective, es digna de él.