martes, 23 de junio de 2009

11

estamos tejiendo una urdimbre,
un tiempo sarmentoso de calor y costumbre
De mi compañero, amante, amigo y hermano de sangre, Iván Mariscal

Me gusta el 11. Es un número estilizado, esbelto, casi exquisito. Me gusta el 11 en su doble singularidad, en su espigada finura, en sus paralelismos que tienden al infinito. El once –que camina del sobresaliente al número discipular– suena hueco y vibra, huele a limpio y, cuando me acerco para acariciarlo, se muestra firme, completo, entregado. Se reparte a sí mismo de manera justa y equilibrada: sin que la balanza dude, sin que quepa egoísmo alguno. Tanta es la honestidad del 11, que sus partes se miran a los ojos y se reflejan más que en ningún otro número: el uno en el otro que también es uno.

Me encanta el 11 porque no termina, porque sabes que después vienen los otros. Porque no hubo 11 hombres que siguieran a un barbudo, ni tampoco 11 tribus. Porque no aparece en toda la simbología cristiana. Además, el 11 evoca la ceguera y es el número de dioptrías que pronto tendré.

El 11 es el quinto número primo, viene después del 7 y antes del 13, y todos ellos también me encantan. Es también el tercer primo de Eisenstein real, que no sé lo que significa pero que refuerza la ignorancia matemática de la que puedo presumir.

¡En un equipo de fútbol juegan 11 jugadores!

Adoro el 11 por controvertido, porque es impar y no está solo.

Y, por encima de todo, porque 11 son los meses de este amor que –mira tú, qué paradoja– no sabe medir el tiempo.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo nací un 11 de abril... y comparto tu gusto por este número, "impar pero no solo". Creo que he tenido suerte. En muchos sentidos.