miércoles, 3 de septiembre de 2008

Más vale tarde

Exceso de equipaje traducido en la báscula del mostrador de facturación. Y en que ya no puedo ponerme algunos pantalones sin sufrir una especie de apnea que, al tiempo que configura mi rostro como si estuviera atravesando una dolorosa crisis de estreñimiento, hace aumentar mi busto dos tallas.

Eso me he traído de Berlín. Mi maleta y mis lorzas vuelven con un cargamento de postales, decilitros y decilitros de digestivos etílicos, postres turcos, yogy tea, galletas de chocolate, pan de lata. La envidia de saber que hay capitales en las que se puede comer y beber a cualquier hora. Y hacerlo en la calle. Las risas contagiadas, el humor compartido, las carcajadas que lloran, la incontinencia urinaria ajena que se hace propia. El rol de mascota. Los libros de arte de varios museos. Más de veinte kilómetros diarios en bicicleta. El respeto de los conductores, la educación de los vecinos, la generosidad ciudadana. Un cuaderno de viaje, cientos de fotos que mirar, miles de fotos que recordar con los ojos cerrados. Los mensajes en mi móvil. Las ganas de volver y que no tengamos que mandarlos…

Pues en esa maleta que tanto pesaba, en esos kilos de más, vengo portando una gran curiosidad por él. Y es que es brutal. Brutal de una manera preciosa y desgarradora.

(¡Vaya rollo que he soltado para introducir un poema! La capacidad de síntesis no es lo mío. Está visto)

Amar
es arrancarse de las sábanas
desgarradas por el insomnio.
El amor no es un paraíso de dulzura;
es el asalto rugiente
de una tempestad
de fuego
y de agua

Vladimir Mayakovski

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